martes, 26 de octubre de 2010

MISOGINIA CRIMINAL

De vuelta de la reunión de otoño de la Asamblea Parlamentaria de la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea, que se ha celebrado en Palermo para conmemorar el décimo aniversario de la “Convención de Palermo” organizada por ONU y que supuso un hito en la cooperación internacional contra el crimen organizado, nos llega la noticia del encarcelamiento del hijo y el abogado de Sakineh Ashtianí , condenada a muerte por adulterio por parte de las autoridades iraníes y , además, conocemos el asesinato machista de una mujer en Alhama, en Granada .
En Sicilia, los parlamentarios de cincuenta y seis países hemos constatado que más de ciento cincuenta Estados han ratificado el Protocolo de Palermo y asumido la responsabilidad conjunta de luchar contra los grupos del crimen organizado y sus actividades ilícitas como el tráfico de armas, de drogas o de personas, el blanqueo de dinero y la vinculación cada vez más clara entre el crimen organizado y el terrorismo. En el mundo globalizado en el que vivimos los delitos también son transnacionales y los grupos criminales tienen una gran capacidad de adaptación y por eso aparecen constantemente nuevas formas, más sofisticadas, de delincuencia que entre todos debemos combatir. Si las bandas criminales no respetan las fronteras los estados deben reforzar sus mecanismos de poder luchar contra ellas, hay acuerdo unánime entre los países para combatir esta lacra.
Como miembro de la Delegación Española expuse en el Pleno de la Asamblea parlamentaria la relación entre tráfico de personas con fines de explotación sexual y prostitución. Si la prostitución no fuera un negocio tan lucrativo las mafias no traficarían con personas, mujeres y niñas especialmente, para venderlas en la llamada “industria del sexo”. También se puede contar de otra manera si los hombres (más del noventa y nueve por ciento de demandantes de prostitución) de los países ricos no consumieran sexo a cambio de dinero, las mujeres jóvenes de los países pobres no se convertirían en víctimas del tráfico y la trata de personas con fines de explotación sexual, no serían “las nuevas esclavas” del siglo XXI, en palabras de las Naciones Unidas.
Los crímenes de honor que se perpetran en nombre de religiones o culturas determinadas, la violencia de género o la prostitución (forzada o no, tal como recoge la legislación internacional) tienen un mismo origen: el control por parte de determinados hombres de la libertad y el cuerpo de las mujeres, todos son un atentado contra la dignidad y una vulneración de los derechos humanos de las mujeres. Mujeres lapidadas o quemadas, casadas a la fuerza, asesinadas por no obedecer ante bodas impuestas por su familia o su cultura, agredidas o asesinadas por sus maridos, prostituidas en locales donde los clientes “hombres respetables” prefieren ignorar que son esclavas excusándose en que algunas lo hacen voluntariamente, todo ello me recuerda una pintada que leí hace tiempo y que decía “el machismo mata”.

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