“Cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene” Baltasar Gracián
Les confieso que soy de las personas a las que las fiestas navideñas no les gustan, cada año cuando se acercan las fatídicas fechas intento sobreponerme y tratar de que no me puedan, pero inevitablemente una mezcla de desagrado y tristeza acaba apoderándose de mí. Siempre intento minusvalorar su efecto recordando algunas pasadas de grata memoria y eso me lleva a las navidades de mi infancia y también a las de cuando mi hija era pequeña, grave error porque eso me hace añorar momentos pasados y personas ausentes que no hacen más que aumentar mi zozobra. La estética navideña no me ayuda a pasar el trance, con tanto brillo y tanta estridencia, y la mezcla del exceso de consumo aderezado con los mensajes solidarios, me acaba por poner definitivamente de mal humor. A lo mejor no es más que la consecuencia de la falta de luz por causa del solsticio de invierno. En fin que del espíritu de la Navidad escapo como puedo, pensando en días más largos, en el año nuevo, y lo que más me ayuda es pasar el tiempo en la cocina para poder compartir las comidas preparadas con la familia y los amigos.
Desde hace tiempo había quedado con un grupo de amigas para comer, aprovechando los días libres de las vacaciones que nos permitirían coincidir, ya que todas somos mujeres ocupadísimas, mujeres de nuestro tiempo, que tratamos de compatibilizar nuestra carrera profesional con nuestras responsabilidades familiares y además intentamos mantener nuestra vida personal , “la habitación propia” de la que hablaba Virginia Woolf. Nada más llegar, en un batiburrillo de besos , abrazos y conversaciones cruzadas y tras una breve invocación a las saturnales, una de ellas nos leyó una intervención de un académico americano sobre el aporte de salud que supone para las mujeres la relación con sus amigas por lo que supone de compartir sentimientos profundos y ofrecerse apoyo afectivo, diferenciándola de las relaciones entre hombres que suelen compartir cuestiones más “externas” como hablar de sus aficiones, de su trabajo etc. No me cabe duda de que la amistad profunda no es patrimonio de ningún sexo, pero sí que las relaciones de amistad están como todas las relaciones sociales marcadas por el género como construcción social, en ese sentido las mujeres por educación somos más capaces de ponernos en el lugar del “otro” de dar soporte, de abrirnos a compartir emociones y en definitiva de crear vínculos que generan confianza y posibilitan el crecimiento humano compartido.
Les aseguro que después del encuentro con mis amigas no sólo me abandonó la congoja navideña, sino que además disfruté de tanta inteligencia, tanta sensibilidad, tanto humor, tanta generosidad, me sentí tan afortunada por compartir su amistad, mucho más fuerte para aceptar la dureza de la vida y capaz de renovar ilusiones y compromisos con el futuro.
viernes, 7 de enero de 2011
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