Los ríos de tinta vertidos sobre la palabra “miembra” pronunciada por la Ministra de Igualdad en su comparecencia en el Congreso de los Diputados muestran a mi entender una desproporcionada reacción ante un asunto menor.
Admitida la incorrección, me parece innecesaria la encendida defensa del lenguaje, que sin duda no ha corrido ni corre ningún peligro. Más bien a la larga, toda vez que la lengua está viva y abierta, seguramente se acabará beneficiando como ha ocurrido con innumerables palabras que a lo largo del tiempo, con el uso, se han ido incorporando.
Los excesivos comentarios sobre este pequeño episodio sin efecto alguno sobre la vida de las personas, han ocultado en los medios de comunicación todo el plan de trabajo del Ministerio que de manera exhaustiva expuso la Sra Aído en la Comisión de Igualdad. Son cosas de la comunicación, pero les digo (yo estaba en la comparecencia) que esta vez la anécdota ha sustituido al meollo.
Llevamos una semana haciendo chascarrillos y bromas con lo de ¨miembras” y no hay lugar para debatir sobre violencia de género, discriminación salarial, reparto de los tiempos y del poder que son los principales retos que afronta el Gobierno para convertir en ciudadanas a las mujeres y para impulsar una sociedad igualitaria. Las mujeres tienen derecho a ello, nuestro modelo de convivencia lo necesita y la economía, la cohesión social y la democracia se verán fortalecidas.
Los avances sociales promovidos y protagonizados por las mujeres, para ellas y para el conjunto de la sociedad han supuesto un gran aporte de civilización a la convivencia de nuestras sociedades, aunque siempre hemos tenido detractores dispuestos a minimizar y ridiculizar nuestras ideas y un somero vistazo a la historia, la filosofía o el arte dan cuenta de ello.
La desproporcionada reacción es más patente aún, cuando se observa la violencia verbal y simbólica de la que han hecho uso algunos comentaristas. Lo que ya sabemos de la relación entre pensamiento y lenguaje nos revela que tras este encendido ataque subyace un implacable juicio sobre el desempeño de las mujeres en los espacios públicos y que tras esas exageradas críticas se esconde una clara misoginia aderezada o no, según los casos, con un cierto paternalismo. Pero yo diría que todavía hay más, que es un rechazo las más de las veces no explícito a las llamadas políticas de igualdad entre los géneros que se enmascara y oculta ante la falta de argumentos para combatir con rigor las propuestas.
Yo creo que el problema es de desconocimiento. Se teme siempre lo desconocido, como decía una académica amiga el problema es que no nos leen. Estén dispuestos o no, a leer las aportaciones teóricas y políticas del pensamiento feminista, ya les digo yo que no tienen nada que temer (algunos “miembros”), que no excluyen a nadie y que los cambios en las relaciones personales, familiares, laborales, económicas y sociales que proponemos y que han asumido organismos internacionales y gobiernos de todo el mundo han mejorado, mejoran y van a mejorar en el futuro la vida de las mujeres pero también la de los hombres.
A esos “miembros” les agradezco su contribución al debate sobre el sexismo en el lenguaje que es desde luego necesario, pero les agradecería aún más que indaguen sobre nuevas formas de masculinidad y que prueben una mirada más rigurosa y contemporánea sobre las mujeres y sus aportaciones.
Por fin una última exigencia de rechazo a la banalización de los asuntos públicos y respeto personal para quienes hacen política aunque sea joven y mujer.
miércoles, 18 de junio de 2008
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